Slow Life

. miércoles, 8 de abril de 2009

Por Alexandra Millán. Nuestra sociedad se caracteriza por la rapidez del cambio y del incesante crecimiento tecnológico. Vivimos en las profundidades de la sociedad del nanosegundo, donde el reloj se ha convertido en un complemento imprescindible. Nos alimentamos de segundos. Al salir de casa para ir a trabajar miramos la hora y contamos los segundos que nos hacen falta para llegar al estacionamiento con el ascensor, poner la llave en el contacto, abrir la puerta con el mando a distancia, subir la rampa, un segundo para mirar que no pase ningún peatón, 20 segundos en el semáforo... y cuando el de delante tarda un segundo más de lo previsto en arrancar... ¡piiip! ¡cornetazo!

Las consecuencias no son baratas. Nacen nuevas enfermedades: la gripe del yuppie, hoy en día llamada fatiga crónica, detectada en personas de entre 20 y 40 años con alto grado de estrés laboral, y que termina por reducir la capacidad de trabajo de la persona en un 50%.

El “síndrome de la felicidad aplazada” (deferred happiness syndrome), que sufre el 40% de las personas de países desarrollados, se caracteriza por la angustia de no tener tiempo para cumplir con las obligaciones, con lo que la persona pospone ocio y descanso.

Además, como es lógico, el frenético ritmo de vida crea nuevos negocios enfocados a las personas “sin tiempo que perder”, y llegamos a absurdos como el azúcar soluble, para no malgastar tiempo removiendo con la cucharilla.

Ya en su época, Charles Chaplin reprodujo en la película Tiempos Modernos la preocupación, del empresariado en ese caso, por encontrar el modo de que su personal empleado trabajase de la manera más eficiente (que no es eficaz). Para ello contrataba a varias personas de ciencia que tenían como meta desarrollar una máquina que diera de comer a quien trabajaba. Si bien es verdad que las condiciones en las que se trabaja actualmente son mucho mejores que las de aquella época, y que el empresariado cuida las diferentes motivaciones de su equipo, la preocupación por optimizar el tiempo no ha cesado.

Consciente de ello, la empresa, como sociedad formada por un conjunto de personas, debe encontrar un punto de equilibrio de “sin prisas pero sin pausas”, y ayudar a su equipo a entrar también en él (ya sea dando soporte psíquico o con talleres sobre organización, etc.). De esta manera, el valor añadido de la empresa se incrementará gracias al buen ambiente de trabajo y, como consecuencia, también aumentará el rendimiento del negocio.

2da. Lectura
Pili Munné

2 comentarios:

Alexandra dijo...

Recomando el excelente libro de Carl Honoré, Elogio de la Lentitud (ed. RBA), que hace un repaso general del movimiento Slow Life.

Marc Ambit dijo...

Me gusta mucho que se hable de esto de la Slow Life. Por cierto, me ha encantado el ejemplo del azúcar soluble, jejeje, tienes toda la razón, perdemos la cabeza por ganar un tiempo precioso que seguramente no invertimos de la mejor manera :-)

Es un tema que me interesa mucho. De hecho ya lancé unas preguntas a la blogosfera hace un tiempo al respecto (http://preguntasconrespuesta.blogspot.com/2007/04/el-gran-despilfarro.html), relacionándolo también, como tu haces, con utensilios comunes (pero esa imagen tuya del azúcar es insuperable :-)
Si no te importa, voy a colocar un enlace a tu artículo en los comentarios de esa entrada, para que la gente también lea tu visión.

Eso sí, creo que no hay que olvidar que sólo vivimos de esta manera una pequeña parte de la población mundial. En el campo, a menos de 50 kilómetros de dónde yo vivo (Barcelona) la gente no tiene esas prisas ni esas enfermedades.